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Nuestro día a día transcurre en ámbitos que se orientan preponderantemente al logro y por otro lado nuestra cotidianeidad se ve trastocada por gran cantidad de información relativa a un sin número de peligros que nos mantienen en estado de alerta constante, algunos relacionados con la alimentación, la inseguridad, el riesgo de alguna enfermedad, el entorno político o económico, etc. Más allá de argumentar la efectividad o veracidad de estas influencias, me parece relevante observar que sucede en nosotros al estar expuestos a estos estímulos que detonan la búsqueda constante de más recursos para lograr algo o la necesidad de defendernos ante un entorno que se muestra amenazante.
Tanto la persecución de logros como la sensación de sentirnos amenazados, detonan en nosotros lo que se conoce como Mecanismo de pelea y fuga, es decir un mecanismo automático de supervivencia que nos prepara a través de diversas respuestas fisiológicas, para luchar, atacar o huir ante un peligro, amenaza o daño. Sus manifestaciones suelen ser: liberación de cortisol, incremento de la presión sanguínea y la concentración de glucosa en la sangre, palpitaciones aceleradas, tensión muscular, respiración rápida y superficial, sudoración, dilatación de los vasos sanguíneos, pensamientos rápidos, por citar algunas.
Dicho mecanismo tiene el propósito natural de protegernos y salvaguardar nuestra integridad, es decir, contribuye a mantenernos a salvo y con vida, sin embargo las sensaciones y alteraciones físicas que suceden en este proceso, al ser mantenidas por periodos prolongados y de manera constante pueden comprometer nuestra salud física y balance emocional y mental, convirtiéndose en lo que comúnmente llamamos estrés.
De alguna manera se podría decir que el estrés va mermando nuestra salud y la capacidad de experimentar bienestar y satisfacción con nuestra vida; reforzando rutinas y jornadas extensas y agotadoras, que pareciera que nos alejan de nuestro pleno desarrollo. Desafortunadamente las influencias sociales y culturales actuales aunadas a la tecnología no están diseñados para fomentar la calma y el genuino disfrute de nuestra existencia.
La tendencia a sobrevivir ha superado la relevancia de vivir nuestra vida en balance y en plenitud, es por ello que resulta de vital importancia que seamos conscientes de la presencia de los síntomas del estrés en nuestro cuerpo para incluir en nuestro día a día actividades y hábitos que construyan un espacio seguro y tranquilo en nuestro interior para conectar con la naturaleza de nuestro ser, con propósitos profundos y significativos que nos llenen de vitalidad y nos impulsen de manera saludable hacía nuestras valiosas aspiraciones.
La propuesta no es hacer un cambio radical de un día para otro, se trata de ir creando poco a poco pequeños espacios para hacer ejercicio, leer, fomentar la convivencia familiar o con amistades, algún hobby o actividad recreativa, meditación o algo tan simple como realizar respiraciones profundas en algunos momentos del día o cuando estés en presencia de experiencias retadoras. La posibilidad de cultivar la calma a pesar de las circunstancias reside, en primera instancia, en la observación y atención a lo que sucede en ti en cada momento de tu vida.
Con todo Cariño
Adriana Gutiérrez Gastélum.
Colaboración para la revista Conciencia Fullness
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